A casi 2000 metros sobre el nivel del mar en el Municipio de Yamaranguila Intibucá se encuentra una comunidad entre las nubes. Nos referimos a Azacualpa, un poblado Lenca donde aún se conservan prácticas culturales autóctonas que le dan un toque de distinción a sus habitantes.
Ahí reside Leonidas Gonzales, una mujer de 49 años. Su apariencia es de otra edad ya que la vida le ha sido dura. Su atuendo colorido la resalta en medio del verde oscuro de la vegetación de la zona, de entrada parece recia y apática, pero al entablar dialogo inicia a mostrar una suave sonrisa en la que sobresale su único diente. Nos cuenta que vive con su hijo y tres nietos, quienes le regalan mucha alegría, y que en Azacualpa ha residido toda su vida, siendo La Esperanza el lugar más lejos que ha llegado– a unos 19 kilómetros. Durante la plática se muestra por ratos tímida y nerviosa, pero a pesar de todo sigue sonriendo. Comenta que su principal preocupación es que la vivienda en que habita está en mal estado y debe ser reparada. Nos expresa que “uno no agradece las tormentas, porque cuando llueve nos mojamos”, a pesar continúa de “que la lluvia es la que nos sostiene la naturaleza.”
Su tonalidad refleja una inconformidad que según ella no es correcta ya que su cosmovisión respeta los designios de la madre tierra. Sus sueños se han alentado de esperanza ya que ha llegado a su comunidad una Organización que, junto a la municipalidad, le mejorarán sus condiciones de vida. Ella no tiene tan claro qué es Hábitat para la Humanidad, pero deposita sus sueños en ella, para vivir en mejores condiciones. Al despedirnos de Leonidas estrechamos nuestras manos y nos percatamos que el reumatismo tiene sus manos deformadas y sus dedos índices parecen pistola que apunta a un infinito incierto pero esperanzador.
Texto: Denis Cabrera
Fotografías: Luis Madrid